Llega
la noche y de nuevo cierro los ojos para sumergirme en mi mundo de sueños. Ese
loco lugar donde todo puede suceder y soy la protagonista de miles de aventuras
surrealistas que darían para varias películas…
Hoy
he caído en un lugar curioso. No voy sola, me acompaña un doctor al que asisto.
Esta noche soy enfermera y mi misión es sanar. Hemos viajado en el tiempo y
estamos en el siglo XVI. Me llama la atención mi traje. Llevo un vestido de la
época…yo que soy siempre de ir con pantalones…pero no es el lugar, o mejor
dicho…no es el momento. Llegamos en
carruaje, nuestra “casa ambulante” con la que ahora nos desplazamos. Hay
alguien que requiere de nuestros cuidados. Es la primera vez que visitamos este
pueblo y debemos andar con cuidado. Ni pueden sospechar que venimos de otro
tiempo, ni debemos provocar que nos acusen de brujería. Es un barrio pobre. Ha
caído la noche y la calle está poco iluminada. El hombre está tumbado en el
suelo, en mitad de la calle. Me acerco a él y el doctor y yo nos arrodillamos a
su lado para poder asistirle. Cuando recuerdo que es su pecho el lugar donde se
localiza el daño, me viene a la cabeza la imagen de una pera, algo en forma de
pera…pero no consigo recordar el sentido de esto. Recuerdo que ambos ponemos
las manos en su pecho y el enfermo empieza a mejorar.
La
gente del pueblo es amable. Al principio he llegado con miedo porque la
sanación en esta época puede ser marcada como brujería y acabar en la hoguera
no era nuestro plan. Pero saben que nuestra intención es ayudar y todos nos
tratan con respeto y amabilidad.
Hemos
terminado el tratamiento por hoy, pero no podemos marcharnos del pueblo.
Debemos asegurarnos que el enfermo sana y esa enfermedad no se propaga en esta
época. No es lugar, no es cuando.
Debemos evitar que se extienda. Es nuestro principal objetivo. Por eso
decidimos quedarnos unos días más hasta regresar a nuestro tiempo. Es en ese
transcurso del tiempo cuando me resulta gracioso tener que actuar como
entonces. Hablarle de usted a mi compañero, tanta rectitud, nada de gestos
afectivos…todo distante y frio. Guardamos las apariencias incluso en privado,
no podemos permitirnos cometer un error y que descubran que no somos de aquí,
ni de ahora.
Recuerdo
también un sentimiento muy puro y embriagador hacia mi compañero, un amor
incondicional que me hace pensar que camino con un maestro. Recuerdo que soy
feliz en el sueño. Amo mi entorno, amo a mi compañero y amo lo que hago…
Recuerdo
estar en el carruaje. Ha llegado la noche y debemos descansar así que estoy
dentro recogiendo. Fuera escucho las voces de aldeanos que comentan la mejoría
del paciente y aprueban nuestra ayuda. Están satisfechos con nuestro trabajo y
desearían que no tuviésemos que irnos. Llega el doctor y comenzamos a hablar.
Me está comentando que hemos hecho un buen trabajo y yo le miro sintiéndome
afortunada, feliz, plena…
…desperté
en ese instante. Con una mueca me resigno a abandonar el carruaje y la magia de
aquella época que, vivida así, en pequeños instantes, me parece maravillosa.
Cuando repaso el sueño no puedo dejar de preguntarme si no tendrá algo que ver el hon sha ze sho nen, un símbolo con el que tanto trabajo y que justo anoche utilicé para una pequeña sesión a distancia. Y me pregunto si no habrá venido uno de mis maestros a mostrarme el poder de ese símbolo y lo poco que sabemos de nuestra propia capacidad…
Arenea.
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